Hoy es el día internacional del palo. Del palo que los machitos sacuden a sus esposas o parejas o compañeras que para el caso es lo mismo, cada vez que tienen alguna cosa que resolver por la vía rápida. Fieles a aquella máxima que algunos aprendieron de su padre respectivo, en el momento de ofrecerle el último consejo antes de salir del nido familiar y que se popularizó más tarde: Tu, hijo, cuando llegues a casa después del trabajo suéltale un par de buenas bofetadas a tu mujer, que ella ya sabrá por qué. Y ahí estaba sembrada la política de convivencia en la nueva pareja que comenzaba a volar por su cuenta.
Tal vez hayamos mejorado en los modos, no digo en los modales y las cosas sucedan de otro modo, entrados ya como estamos en el siglo veintiuno y hemos visto pasar ya mucho tiempo y muchas cosas cada uno desde su atalaya, pero las mujeres, algunas mujeres, muchas mujeres, siguen viviendo aterrorizadas por la actitud del salvaje de turno siempre dispuesto a solventar cualquier arrebato con un par de buenos golpes, que siempre habrá una escalera que cargue con la culpa, que las mujeres son muy dadas a soportar los insultos y vejaciones primero y los palos después. Acudir a la excusa de un batacazo puede funcionar la primera vez, pero cuando la hija, la madre, la vecina o la amiga se apunta a caerse de vez en cuando algo está funcionando mal.
Entre marido y mujer nadie se puede meter o eso son cosas nuestras y a nadie le importan. Pero una sociedad que sigue resolviendo sus problemas familiares a bofetadas y entre esos problemas está latente casi siempre el exceso de alcohol y otras sustancias, además de la mala entraña del sujeto que una tiene en casa, tiene que hacérselo mirar.
Y no es más otra coartada que los pegapalizas son gente procedente de familias desestructuradas que también, pero universitarios hay capaces de moler a palos a la que hasta hace nada era la niña de sus ojos o eso decía.
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