viernes, 21 de octubre de 2011

El fin de ETA-Juan Soler-



A las siete de ayer explotó la bomba de ETA cuya explosión todos queríamos escuchar. Han decidido renunciar a la violencia, se acabaron los coches bomba, los asesinatos a sangre fría, los secuestros con final de la víctima en una caja de pino, la más grande aberración de los últimos cuarenta años, lo peor que le ha ocurrido después de la guerra civil a este país que, por fin, podrá convertirse en un país normal, una sociedad repleta de problemas y algunas soluciones en la que las gentes nos respetemos sea cual fuere el credo de cada cual, la filiación política también, o el equipo de fútbol de sus amores.

En el País vasco, y en otros lugares también, los políticos podrán deambular como cualquier ciudadano por las calles y plazas de su ciudad, ir al cine con la familia, salir a pasear como cualquier hijo de vecino, salir a dar una vuelta con el coche sin necesidad de tener que mirar en los bajos del vehículo en busca de algún artilugio, dar vacaciones sine die a los escoltas. Los guardias civiles y la policía nacional ya no devengarán sueldos extras por cumplir con su trabajo en el País Vasco. Se acabó el miedo, el sentimiento con más fuerza de entre todos los que el ser humano puede sentir. Pero se ha pagado un alto precio.

Nada menos que ochocientos veintinueve muertos se ha cobrado ETA después de cincuenta y un años de terror. Ayer resultó ser un gran día y aunque justificadamente o no, algunos siguen creyendo que la declaración de los etarras no es más que palabrería, en cualquier caso si resulta menester seguir al pié del cañón sin confiarse, porque dificultades hasta la entrega de las armas las habrá.

Pero es que se ha dado un paso tan enorme, que la ciudadanía tiene derecho a sentirse por fin aliviada y los nacionalistas vascos a seguir defendiendo su ideología, sea cual fuere, con el arma más revolucionaria: La palabra.

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