Más alimento para la fiera: el paro vuelve a subir según los datos correspondientes al mes de septiembre y pone un nuevo palo en la rueda de una recuperación que no llega. Los que quieren consolarse acuden a recordar que en septiembre acaban los empleos en el sector servicios, de los camareros a las asistentas en los hoteles, de los chiringuitos a los guardasombrillas y se consuelan; los que por el contrario gozan su condición de agoreros se agarran a los datos, que son los que son y se cargan de razón para confirmar el ya lo decía yo. Los datos del paro son la gran diferencia entre la realidad española y la del resto de países europeos y menos mal que el veinte de octubre ya está ahí y enseguida González Pons pondrá manos a la obra para crear los tres millones y medio de puestos de trabajo a los que dice que su partido aspira, vaya boca.
Se diría que este país solo sabe levantar casas, chaletes, urbanizaciones, pisos, rascacielos, garages, plantas bajas y que los bancos solo están para dotar de la correspondiente hipoteca como regalo de bodas a las parejas que se casan, se juntan, se arreglan o lo prueban. Es aquello que se dio en llamar la burbuja inmobiliaria, que todos la saludaban al grito de que viene el lobo y nadie se le creía, hasta que llegó y nos pilló a todos como a la caperucita del cuento, es decir haciendo como que estaba dormida pero solo se arrebujaba entre las sábanas para esconder los dientes. Y no era un cuento, no; fue un tsunami que se llevó por delante el castillo de naipes al primer soplo.
Y lo peor: entre los parados, son mayoría los de muy baja cualificación, de modo que tendrán menos oportunidades para encontrar empleo, mientras las universidades españolas preparan a toda máquina nuevos titulados que, formados con el dinero de los impuestos de los que todavía trabajan, emigrarán con el título bajo el brazo para trabajar en el resto de países europeos. ¿Se acuerdan de cuando todos éramos nuevos ricos?
Se diría que este país solo sabe levantar casas, chaletes, urbanizaciones, pisos, rascacielos, garages, plantas bajas y que los bancos solo están para dotar de la correspondiente hipoteca como regalo de bodas a las parejas que se casan, se juntan, se arreglan o lo prueban. Es aquello que se dio en llamar la burbuja inmobiliaria, que todos la saludaban al grito de que viene el lobo y nadie se le creía, hasta que llegó y nos pilló a todos como a la caperucita del cuento, es decir haciendo como que estaba dormida pero solo se arrebujaba entre las sábanas para esconder los dientes. Y no era un cuento, no; fue un tsunami que se llevó por delante el castillo de naipes al primer soplo.
Y lo peor: entre los parados, son mayoría los de muy baja cualificación, de modo que tendrán menos oportunidades para encontrar empleo, mientras las universidades españolas preparan a toda máquina nuevos titulados que, formados con el dinero de los impuestos de los que todavía trabajan, emigrarán con el título bajo el brazo para trabajar en el resto de países europeos. ¿Se acuerdan de cuando todos éramos nuevos ricos?
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