El pasado sábado estuve paseando por el paraje del Ermitorio de la Virgen de Gracia. El día era espléndido. La lluvia del día anterior había contribuido a intensificar los colores de los árboles y las plantas. Pequeños grupos llegaban al pinar tras recorrer la saludable “ruta del colesterol”. Por la cuesta que bordean las capillas del vía-crucis, subían dos sudorosos deportistas. En la plaza del Ermitorio un grupo de jóvenes ensayaba bailes populares. Otro grupo utilizaba el albergue como lugar de reunión y estudio. De una furgoneta aparcada frente al restaurante descargaban numerosas cajas con pequeños adornos florales. En un banco de la alameda una pareja hablaba quizá de amor o quizá de la hipoteca. A poca distancia otra pareja se prometía amor -¿eterno?-, al celebrar en las “Caballerizas” su matrimonio civil. Contemplar el río desde el puente que lo cruza era todo un espectáculo que combinaba el agua, la vegetación de las riberas y los colores ocres de las canteras. En el pinar varias familias montaban su particular chiringuito –mesas y sillas plegables, nevera portátil, bolsas de comida, ....-, dispuestas a pasar un día de descanso. No faltaban en el recinto algunos paseantes con perros y otros solitarios –como yo-, distraídos o sintiéndose parte de un lugar “vivo”, de un lugar del pueblo y para el pueblo. La foto que incluyo en este comentario que hice la primavera pasada, refleja la misma luz y el mismo color que el sábado embellecía el Ermitorio de la Virgen de Gracia.
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